(Tomado del libro: el génesis las profecías y los milagros de Jesús Allan Kardec)

30.03.2014 18:28
 Una comparación un tanto vulgar nos hará comprender mejor estas particularidades: Un barco repleto de emigrantes parte rumbo a un lejano país. Lleva hombres de todos los niveles sociales, parientes y amigos de los que quedan. Después de un tiempo se informa que el navío ha naufragado sin dejar rastro alguno. No llega ninguna noticia sobre su suerte, se cree que todos los pasajeros han muerto, el luto cubre a todas las familias. Sin embargo, la tripulación completa, sin exceptuar a un solo hombre, arribó a un país desconocido, fértil y abundante en frutos, donde todos viven felices bajo un cielo clemente, mas nadie, fuera de ellos, lo sabe. Un buen día, la tripulación de otro barco llega a la misma tierra y allí se encuentra con todos los supuestos náufragos, sanos y salvos. La feliz noticia se expande con la rapidez del relámpago y cada uno se dice: “No hemos perdido a nuestros amigos”, por lo que dan gracias a Dios. No pueden verse, pero se escriben, cambian testimonios de afecto, la alegría reemplaza a la tristeza.
 Tal es la imagen de la vida terrestre y de la de ultratumba, antes y después de la revelación moderna. Ésta, similar al segundo barco, nos trae la buena nueva de la supervivencia de aquellos que amamos y la seguridad de reencontrarnos algún día. La duda sobre su suerte y la nuestra ya no existe, el desaliento se diluye para dar lugar a la esperanza.
Pero otros hechos vienen para acrecentar la revelación. Dios, juzgando a la Humanidad madura para penetrar los misterios de su destino y contemplar sin miedo las nuevas maravillas, permitió que el velo que separaba al mundo visible del invisible se descorriese. El hecho de las manifestaciones no tiene nada de extraordinario: es la Humanidad espiritual que viene a conversar con la Humanidad corporal, y le dice:
“Existimos, por consiguiente, la nada no existe. Esto es lo que somos y lo que ustedes serán también. El futuro nos pertenece tanto a nosotros como a ustedes. Antes marchaban entre tinieblas, por eso vinimos para alumbrar los senderos y abrir el camino. Antes la vida terrestre era todo para ustedes, porque no veían más allá. Por ello es que hemos venido para enseñarles la vida espiritual y
Decirles: La vida terrenal no es nada. Ustedes no percibían lo que hay más allá de la tumba, nosotros les hacemos ver, más lejos, un horizonte espléndido. No sabían por qué sufrían en esta vida, ahora ven en el sufrimiento la justicia de Dios. Antes el bien no ocasionaba, según las creencias, beneficios futuros. De ahora en adelante será eso una meta y una necesidad. La fraternidad era antes sólo una hermosa teoría. Ahora ella se fundamenta sobre una ley de la Naturaleza. Gobernados por la creencia de que todo terminaba con la vida, el infinito es un vacío, el egoísmo reina como señor absoluto y la divisa que precede es: “Cada cual para sí.”
“Con la seguridad de la vida futura los espacios se pueblan hasta el infinito, el vacío y la soledad desaparecen, la solidaridad une a todos los seres de más acá y de más allá de la tumba, nace el reino de la caridad y la divisa de él es: “Uno para todos y todos para uno.” Y como broche magnífico, si al morir daban a quienes querían un adiós eterno, hoy podrán despedirse con un: ¡Hasta luego!”
Tales son, en resumen, los resultados de la nueva revelación. Ha llegado para llenar el vacío creado por la incredulidad, levantar los ánimos abatidos por la duda o la perspectiva de la nada y para darle a todas las cosas su razón de ser. ¿Constituye esto un resultado sin importancia, sólo porque los espíritus no vienen a resolvernos los problemas de la ciencia, dar conocimientos al ignorante y medios de enriquecerse sin esfuerzos al perezoso? No lo consideramos así, puesto que los frutos que el hombre recoge no le servirán solamente para la vida futura, sino también para ésta, por la transformación que las nuevas creencias operarán sobre su carácter, gustos, tendencias y, en consecuencia, sobre las costumbres y relaciones sociales. El reinado del orgullo, el egoísmo y la incredulidad llega a su término, se prepara el advenimiento de otro reino: del bien, el reino de Dios anunciado por Cristo.
Referencia.  El empleo del artículo delante del nombre Cristo (de la palabra griega Christos: ungido) empleado en sentido absoluto es más correcto, teniéndose en cuenta que esta palabra no es el nombre del Mesías de Nazaret, sino un adjetivo sustantivo. Se dirá entonces Jesús era Cristo anunciado; la muerte del Cristo y no de Cristo, mientras que se dice: la muerte de Jesús y no del Jesús. En Jesucristo, los dos nombres unidos forman un solo, por esa razón también se dice: el Buda Gautama adquirió la dignidad de Buda por sus virtudes y austeridad; la vida del Buda, como se dice: el ejército del Faraón, y no de Faraón; Enrique IV era rey, el título de rey; la muerte del rey y no de rey. [Nota. de Allan Kardec.].

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