(Artículo originalmente publicado en el website de la Federación Espirita Española)

(Artículo originalmente publicado en el website de la Federación Espirita Española)

Juanma (Córdoba)

A todos, en cualquier campo de expresión de la vida (sobre todo en aquellos sectores que, por su carácter filosófico, espiritual o social, persiguen fines nobles y constructivos de dignificación del individuo en general o grupo determinado) les llega, por mandato de los Planos Mayores, un momento en su trayectoria en que los valores morales y-o espirituales que tanto estudia  o pregona de cara al exterior, son puestos en examen; quizás por medio de entidades enemigas de la luz y el progreso, pero siempre a través de nuestros egoísmos y caprichosas debilidades aún inherentes en nosotros, o aquellos, que integran la sociedad,agrupación.

Nos estamos refiriendo a aquel periodo especialmente crítico o "turbador" en que, de repente, como el estallido de un tormenta; la vanidad, la ira y las pequeñas o grandes susceptibilidades ( esos "fuegos" característicos del "hombre viejo" que, quizá, hace tiempo empezamos a controlar y reducir con la disciplina de la caridad bien entendida, tolerancia, tacto, solidaridad, etc...), cobran insólito protagonismo, amenazando la obra laboriosa de la hermandad, la cooperación desinteresada y la confianza.

En estos periodos (momentos de prueba, sin duda): unos dejan prender con facilidad las cenizas de sus inferiores, otros, por el contrario, ofrecen tenaz y paciente resistencia... La prueba transcurre hasta determinado momento, mientras la lucha de la verdad y la ignorancia (que, en gran parte, es la lucha con nosotros mismos) es observada amorosa y pacientemente por los guías e instructores, que desde el mundo espiritual, nos auxilian en la ruta evolutiva con la cual nos afinamos y comprometimos para auxilio a los demás y redención de nuestros pasados o ancestrales ingratitudes.

La luz siempre está encendida al frente. Sólo nosotros con frecuencia perdemos la estrella guía, al interponer en nuestro caminar las tristes sombras de la mala voluntad, la torpe inconstancia.

Echemos cada vez con más frecuencia, mano del bendito manto de la indulgencia, allá, como su hermana gemela, la caridad, es el plateado cordón por donde se engarzan, una a una, todas las demás virtudes. Los espíritus de luz y sabiduría, ante las vibraciones tumultuosas de esta humanidad (que da sus vacilantes primeros pasos, en los albores ya del Tercer milenio de su azarosa singladura) no cesan de susurrar al oído y las conciencias, más o menos aletargadas, de todos los hombres, sobre los oscuros efectos de la susceptibilidad que, lanzado al exterior de nuestro círculo, debilita y, a veces, envenena las más bellas relaciones o-y las más firmes y nobles aspiraciones en interés del bien.

La indulgencia es siempre la bendecida peregrina que, descendiendo a los baldíos campos de nuestro Yo, nos abraza con piadoso y liberador poder, apartando lejos nuestras iras con la lluvia renovadora del perdón... y haciendo germinar las adormecidas semillas de la fe renovadora y la esperanza.

Indulgencia, siempre.